Imaginó


Paseaba por el parque a un horario inusual para ser invierno. No había mucha gente. Mejor —pensó— tampoco quería andar saludando a unos y a otros. Ahora prefería pensar; darle vueltas a la idea que cada vez más obsesivamente le acechaba. Le había dado por que necesitaba un cambio radical en su vida para poder respirar. Notaba que se ahogaba. Los quince años de feliz matrimonio, los hijos que adoraba, el trabajo… todo comenzaba a asfixiarle desde lo más profundo. Buscaba una bocanada de aire fresco para no sucumbir en un mar de Prozac y depresiones en las que había visto caer a familiares y amigos de su edad.

Creía conocer sus remedios porque no era la primera vez que le pasaba.

—Ante todo esto lo mejor es cambiarlo todo —se decía. Un cambio radical de vida le evitaría los sufrimientos por los que estaba empezando a pasar.

Se sentó un rato. El banco estaba frío y le devolvió a la realidad. Entonces vio a la mujer que ocupaba la otra esquina del banco.

Buenas noches, dijo con educación.

Buenas noches, ¿tiene usted fuego?, contestó ella.

Observó que sus expresivos ojos le clavaban. Imaginó que ella le daría las gracias y entonces él trataría de trabar conversación, el frío, la bonita noche, algo. También imaginó que ella no la esquivaría y que podrían dar un ameno paseo por las callejuelas del parque donde comenzarían a tutearse. Le preguntaría si le apetecería tomar algo y ella diría probablemente que un café o algo rápido, gracias. Imaginó también que no rechazaría la invitación de tomarlo en su casa porque debido a la hora las cafeterías estarían cerradas. Pensó también que ella no rechazaría un primer beso en el ascensor; hasta parecería que se lo estaba pidiendo en silencio y que en ese momento ella diría algo del estilo "no me interpretes mal, estoy casada, pero...“ y que la callaría con otro beso.

Se imaginó también a ambos entrando azarosamente en su casa, atinando a dar la luz y cubriéndose de besos en una atolondrada y corta sesión. Se imaginó haciendo una pausa para observarla y reconocer que había tenido suerte esa noche en el parque, porque ella físicamente no estaba nada mal. Imaginó que harían el amor repetidas veces fruto de la excitación causada por la novedad.

Pensó que diría algo como que acababa de salir de una relación muy dolorosa, que su marido no sabía nada y que buscaba consuelo cada noche en sus paseos por el parque. Que era la primera vez que lo hacía con un desconocido, pero que se alegraba mucho porque él era encantador.

Se vio volviendo al banco cada noche, pues era su única referencia. Se imaginó diciéndola que era profesor de arte y que ella le diría que pintaba, nada serio, pero le gustaba dar rienda suelta a sus anhelos, deseos y frustraciones con un pincel en la mano. También supuso que un día irían a su estudio y allí descubriría que sí, que lo suyo con la pintura era serio y que tenía una gran capacidad de expresión con los pinceles.

También pensó que su relación se haría cada día más fuerte y que gracias a ella él encontraría salida a la asfixia existencial que había padecido. Se imaginó manteniendo una relación con ella durante un tiempo que a él le parecería eterno. Meses, años… ¿o fueron días? Una noche ella no vino; vagó por el parque hasta que vio la sombra de dos personas cogidas del brazo caminando por las callejuelas.

Gracias, dijo ella.

Está bonita la noche, ¿no le parece?

Sí, pero muy fría.

Los asombrosos ojos de Rita

Llegué por casualidad al tunecino Anouar Brahem gracias a un amigo que me sugirió su música. Acabé buscando y encontrando algo que me sorprendió desde la primera nota.
Anouar Brahem toca el oud (un laùd árabe que originó el europeo) y no duda en asociarse con percusionistas, contrabajos, saxofonistas, flautistas, clarinetistas, pianistas... con objeto de elaborar un evocador y envolvente jazz con evidentes y sugerentes aires árabes.
Lo primero que oí de él fue Badhra! del álbum del 98 Thimar. En esa ocasión se había asociado con John Surman y Dave Holland (viento y contrabajo respectivamente). Cuando terminaron los 8 minutos y pico de canción, estaba con la boca abierta. Eran las dos de la madrugada. Evidentemente, la atmósfera creada por la noche de verano que era, influyó lo suyo en las sensaciones que me transmitió (veamos, no es lo mismo escucharlo en un atasco a las 9 AM). Llamé inmediatamente al amigo inductor (ambos sabíamos de nuestros desvelos). Necesitaba agradecerle y transmitirle de primera mano las impresiones dejadas por esa maravilla.

Desde entonces he seguido más o menos sus trabajos, cierto que a distancia, pero con bastante interés.

Pues bien, la otra noche me topé por casualidad con otra obra de Brahem. Más reciente.

Mientras escribía, y dando vueltas por spotify para escuchar un poco de música, encontré este
trabajo de 2009: The astounding eyes of Rita (ECM). No voy a tratar de analizar el trabajo, ya está hecho perfectamente, pero sí decir que escucharlo me llevó a lugares de ensueño, y la cálida atmósfera que me envolvió tuvo algo de mágico que pude corroborar en la siguiente escucha, cuando al compartirlo con otra persona me preguntó, «¿música, qué música?». Nos había transportado sin saberlo ni pretenderlo a uno de nuestros mejores sueños.

Mezcla de culturas y sonidos, música árabe y jazz, el resultado es altamente sugerente. Evocador de los muchos pueblos y culturas
que han tenido el Mediterráneo como lugar común, porque como él mismo dice, «es muy peligroso tocar siempre para el mismo público»

Desconozco cómo serán los ojos de Rita, pero he sentido lo que evocan.

Gracias Brahem.

Azul


La mañana era fresca para la época del año.

Por la ventana se veía el minarete recién blanqueado. Más a la izquierda el puerto y al fondo el Mediterráneo. Azul.
Arriba el cielo. Azul.

Aspiró una honda calada. Expulsó el humo despacio, saboreándolo.

Por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz.

Volvió la cabeza. Era hermosa, por dentro y por fuera.
Abrió los ojos. «Te quiero», le dijo, y siguió durmiendo.



Germán Coppini

¿Te gusta Germán Coppini?.
Sí.
Es curioso encontrar gente que no sólo sepa quién es Germán Coppini, sino que además le guste.

Fue el comienzo.
No tenían nada en común, o al menos no lo sospechaban.
No se buscaban, sabían que coincidirían.
Suponían además que si lo forzaban, algo se podía romper y la magia de las noches en que conectaban sus cuerpos a cientos de kilómetros, ya no sería la misma.

No se citaban, pero ambos acudían con urgencia.
No está... bueno, quizás venga; espero. Se decían.

Sabían que su encuentro no conducía a nada. ¿Lo sabían?.
Cuanto más se acercaban sus mundos, había un mundo entero impidiendo que se juntaran; pero por unas horas, cada noche rompían el maleficio de la distancia y de su realidad y se acariciaban en la lejanía, se mimaban, se admiraban, se trataban bien, ¿se querían?

Un día ella le dijo dónde vivía y él ya no volvió más.
Ella miró, esperó, buscó, gritó, insultó, lloró. Pero fue todo inútil, ni sus nombres conocían.

Ella nunca supo que mientras iba a buscarla, se convirtió en el número 14 de las víctimas mortales en carretera de ese fin de semana.