—¿Te gusta Germán Coppini?.
—Sí.
—Es curioso encontrar gente que no sólo sepa quién es Germán Coppini, sino que además le guste.Fue el comienzo.
No tenían nada en común, o al menos no lo sospechaban.
No se buscaban, sabían que coincidirían.
Suponían además que si lo forzaban, algo se podía romper y la magia de las noches en que conectaban sus cuerpos a cientos de kilómetros, ya no sería la misma.
No se citaban, pero ambos acudían con urgencia.
—No está... bueno, quizás venga; espero. Se decían.
Sabían que su encuentro no conducía a nada. ¿Lo sabían?.
Cuanto más se acercaban sus mundos, había un mundo entero impidiendo que se juntaran; pero por unas horas, cada noche rompían el maleficio de la distancia y de su realidad y se acariciaban en la lejanía, se mimaban, se admiraban, se trataban bien, ¿se querían?
Un día ella le dijo dónde vivía y él ya no volvió más.
Ella miró, esperó, buscó, gritó, insultó, lloró. Pero fue todo inútil, ni sus nombres conocían.
Ella nunca supo que mientras iba a buscarla, se convirtió en el número 14 de las víctimas mortales en carretera de ese fin de semana.
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