Segunda resignación

Caminaba tranquilo.
No iban con él las prisas de las compras del fin de semana.
Tampoco le afectaba el frío.
Bajaba hacia Mercadona a paso relajado todo lo largo de la alambrada, por el pollete, a oscuras, sin inmutarse por los pequeños cambios de nivel entre cada tramo. Ni los miraba.
Se le notaba cierto linaje. No era altanero su andar, al contrario, más bien denotaba cierta dejadez, pero era una dejadez fina, pija. Como pasearían los Beckham por Parquesur si supieran que existe.
Miraba a un lado y a otro sabiendo que nada le iba a sorprender. Ni a incomodar.
Se diría que tenía todo resuelto: vivienda, comida, compañía, salud ...
Marchaba ajeno a las obras abandonadas a la herrumbre por la falta de crédito; ajeno a las obras sin entregar por falta de compradores; ajeno a las obras donde la carcoma comenzaba a hacer su efecto. Ajeno e indolente, pues vivía bien gracias a ello.
Ese era el paisaje causado por la feroz especulación del lustro anterior.
Cuatro años llevaba así.
Quienes entonces hicieron su agosto cambiaron hasta de gato.

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